El de Barber es un caso original, característico y claramente reconocible que le sitúa en una posición destacada de la creación sonora contemporánea. Su trabajo con campanas y ciudades que viene sonando desde mediados de los años 80 se ha desarrollado en múltiples lugares de todo el mundo. Lo suyo bien podrían continuar llamándose conciertos, actualizando con ello el término, conciertos o acciones en los que trabaja con distintos instrumentos percusivos ya sean campanas, campanillas, platillos, cenceros… Toda una suerte de sonidos metálicos a los que imprime una nueva sonoridad grupal. Barber trabaja con ellos en el espacio de lo público, en sus acciones esta dimensión de lo compartido, de lo visible y audible por todos, de la esfera pública en definitiva aparece inmersa de una manera muy significativa. No sabe uno en su caso si es la obra la que se sumerge en la esfera pública o si, más bien a la inversa, es la esfera pública la se rinde a los placeres del evento sonoro.
En 1981 Barber construyó su ‘campanario portátil’. El artilugio, que pudo contemplarse el pasado 27 de noviembre en Madrid, no es sino un bastidor de madera del que penden en cinco travesaños horizontales distintos objetos metálicos – piezas y campanas de diversos tamaños y timbres – que el músico toca performativamente, solo o junto a su compañera Montserrat Palacios, añadiendo a estas sonoridades aquellas que suma la voz modulada en la cavidad bucal. Dentro del festival AcciónMad, Llorenç Barber en este caso junto con Montserrat Palacios realizó en el estanque del parque de El Retiro de Madrid una de sus performances tituladas De Sol a Sol.
De sol a sol es siempre y ante todo un reto, un esforzado salirse de la vida abreviada a que nuestro hiperordenado e hiperorganizado mundo social ha reducido el sonar y su orgánico e íntimo escuchar. Un entregarse al son(ar) sin hoja de ruta en mano para perderse donde no hay ya ni minutos ni metros, sino saltos, pasos, trisques, carrerillas, atiborres, vueltas, insistencias, abreves, recuperaciones, regates, palideceres, estancamientos y regodeos: un nuevo cantar/contar avanzando frágil pero decidido, suelto y libre, enredoso e inexorablemente grosero, hirsuto aunque de repente finolis, pero sin casi fin ni conclusión alguna.
En este caso Llorenç y Montserrat, fundidos cada uno en sendas barcas convertidas en una unidad sonora flotante, recordaban a las figuras de los «hombres orquesta» que se mueven y con ello dejan fluir inevitable y casi caprichosamente un reguero de sonido que va y viene por doquier en torno suyo. Algo les diferenciaba sin embargo a los unos de los otros, y es que en este De Sol a Sol la sutileza del sonido no capturaba a la fuerza la atención sino que llegaba seduciendo como ciertas miradas furtivas a los oídos de quienes disfrutaban del espléndido día que bañaba con una transparente luz dorada la experiencia del paseo dominical. Muestra de ello era la percepción de los niños, quienes lejos de quedar absorbidos y embebidos en el escándalo o la atención robada de otros entretenimientos del parque, lo reconocían y lo percibían dentro de una totalidad. Sin sobresalir por tanto de su entorno sino arrastrándole a él, todo el evento sonoro – que duró desde el amanecer hasta que los últimos rayos de sol iluminaron el estanque – se percibía desde la multiplicidad y la hipersensorialidad que son propias del entretenimiento pero también de la vida.
No solo la escucha, también las miradas se regocijaban en la imagen que surcaba a su paso cada una de las barcas sonoras. Tintineos, campanadas, vibraciones mínimas, todo encontraba una respuesta en la mirada próxima del artilugio que se acercaba lentamente como una dama ornamentada de pendientes, fíbulas y otros tesoros de cobre y bronce, que a su paso dejaban esta vez el halo de su perfume hecho sonido.